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En el mundo falta gente, no sobra

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Es un discurso antiguo, demasiado viejo. Tal vez por ello ha calado tan hondamente en la sociedad, que no se cuestiona el dogma oficial (ni éste, ni muchos otros). A pesar de tener ya 225 años, la falacia del discurso poblacional sigue de plena vigencia, incluso ganando ímpetu en los últimos años. En el mundo somos demasiadas personas, no hay sitio para todos. Estamos esquilmando los recursos naturales y, si no ponemos remedio, los seres humanos sufriremos cruentas hambrunas y guerras ante la escasez que llegará.

Es tan absolutamente falso, tan absolutamente ruin, que hoy vengo con el firme propósito de mostrarles un punto de vista diferente. Trataré de exponer que en el mundo no solo no somos demasiadas personas, sino que faltan personas y el progreso de la humanidad puede verse lastrado precisamente por ello.

Las sociedades progresan, entre otras cosas, gracias a la división del trabajo. El hecho de que cada uno de nosotros nos dediquemos a aquello en lo que somos mejores y nos especialicemos en una única cosa tiene resultados asombrosos. Uno de ellos es que nos permite almacenar colectivamente en la sociedad cantidades mucho mayores de información. Imaginen la sociedad como un cerebro gigante donde se guardan la información y la experiencia acumulada de todos y cada uno de nosotros y de todos los que vivieron antes que nosotros. Cada generación avanza sobre el conocimiento de la generación anterior, no tenemos que reinventar todo de nuevo en cada una de ellas. Viajamos a hombros de gigantes, de los gigantes que nos precedieron.

Este hecho es muy fácil de comprender si uno considera una tribu aislada que todavía no haya escapado de la economía de subsistencia. Si fuéramos allí y nos entrevistáramos con miembros al azar de esa tribu, rápidamente nos daríamos cuenta de que su conocimiento colectivo es pequeño y que prácticamente todos ellos hacen las mismas cosas. Saben elaborar algunas armas, cazar, recolectar bayas, fabricar algunos utensilios y rezar a sus espíritus. No saben hacer prácticamente nada más. Sin embargo, si uno va a una sociedad avanzada y elige individuos al azar se dará cuenta que uno es carpintero, otro abogado, otro electricista, otro banquero, otro médico. Pero no sólo eso, entre los abogados tenemos abogados laboralistas, penales, civiles… Entre los médicos tenemos pediatras, neurólogos, oftalmólogos, nefrólogos, etc. El conocimiento colectivo de una sociedad avanzada es inmenso, inabarcable para ningún ser humano. Se necesitan millones de ellos para almacenarlo y saber utilizarlo.

Tomen el siguiente ejemplo. En España hay un médico por cada 170 habitantes y únicamente uno de cada 600 médicos es neurocirujano. Es decir, hay un neurocirujano por cada 100.000 habitantes o, dicho de otro modo, si no hubiera 100.000 habitantes no habría ningún neurocirujano. Sin embargo, un neurocirujano solo no sirve de mucho. ¿Con quién comparte sus experiencias? ¿A qué congresos iría si está él solo? ¿En qué revistas especializadas publicaría o estudiaría si solo existe él? Se necesita una masa crítica de neurocirujanos para que la especialidad avance. Digamos que necesitamos 50 de estos profesionales. Pues si no tienes una población de, al menos, 5 millones de personas no tendrás un sistema de neurocirugía operativo y actualizado.

«La división del trabajo y la especialización son una pieza innegociable sin la cual el progreso no puede tener lugar»

Otro ejemplo de esto lo constituye el amplio abanico de posibles elecciones de las que dispones en una gran ciudad. Si ustedes viven en Madrid podrán elegir si esta noche quieren cenar comida mexicana, india, libanesa, vietnamita o etíope. Si ustedes viven en una localidad de unos pocos miles de habitantes, no tendrán ustedes esa opción. Es una cuestión de masa crítica poblacional. Si la probabilidad de que alguien quiera cenar hoy comida libanesa es de una de 10.000 personas, en Madrid habrá 350 personas dispuestas a pagar por este tipo de comida. En la localidad en la que viven mis padres no habrá ninguna. Por eso allí no hay restaurantes libaneses.

El progreso de la sociedad y las increíbles mejoras en las condiciones de vida sufrieron una enorme aceleración a partir de la Revolución Industrial, cuando la población comenzó a crecer de manera asombrosa. No es la única causa, se necesitan también instituciones que fomenten la libertad, que existan estructuras financieras, que se respeten los derechos de propiedad, que se dominen fuentes masivas de energía y algunas otras. Pero la división del trabajo y la especialización son una pieza innegociable sin la cual el progreso no puede tener lugar.

Pero la división del trabajo, la especialización, necesita cada vez más personas. A medida que las sociedades avanzan, el conocimiento colectivo es cada vez mayor. Si la población disminuye, el conocimiento per cápita tendrá que ser necesariamente mayor. A los que sigan aquí les tocaría ponerse a estudiar para ser capaces de mantener su conocimiento y el de los que ya no están. Sería imposible, habría conocimiento que se perdería y con él los estándares de vida y parte del progreso ganado. 

¿Podría aparecer una tecnología disruptiva que fuera capaz de almacenar el conocimiento colectivo de una sociedad? ¿Podría la Inteligencia Artificial jugar un papel relevante en este campo? Difícil responder a esta cuestión. Pero, de momento, me cuesta imaginar a un neurocirujano dedicándose en sus ratos libres a ejercer de abogado penalista. Porque sería un mal neurocirujano y un mal abogado. Por eso estamos tan especializados y por eso tenemos los altísimos niveles de vida que tenemos. Por eso no solo no sobra gente en este mundo, sino que falta. Y seguirá faltando, porque cuantos más seamos, mejor viviremos.


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